La tierra está contaminada.

Han convertido la herencia que el Señor nos dejó en algo abominable. Quienes se ocupan de la ley desconocen su palabra; pastores y sacerdotes predican en nombre del dios dinero. Han cambiado la gloria de Dios por algo que no sirve para nada, abandonaron su fuente de vida y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua. ¿Acaso nacimos esclavos para terminar nuestras vidas como presas? Nuestra palabra es como un grito en una montaña desolada. No puedo callarme. Vaya donde vaya, mi corazón se agita; la angustia me corroe. No puedo ser indiferente ante el mal que provocan los de corazón despiadado. Un desastre llama a otro desastre, y toda esta tierra, que por herencia nos corresponde, se encuentra devastada. Habrá que recorrer las calles, observar cuidadosamente, buscar en las plazas a esas personas que practican la justicia y buscan la verdad. Esa es nuestra única salvación. El mal se ha apoderado de nuestros pueblos y naciones. Hay quienes están al acecho como cazadores de aves, que ponen trampas para atrapar a la gente. Como jaulas llenas de pájaros, así están sus casas, repletas de engaños. Por eso se han vuelto poderosos, ricos, gordos y elegantes. Sus obras de maldad no tienen límites. No hacen justicia al huérfano para que su casa prospere, mucho menos defienden el derecho del más empobrecido. Es algo espantoso lo que ocurre en este país: los medios de comunicación prefieren la mentira, mientras los encargados de la ley nos gobiernan a su antojo. Es aquí donde me pregunto: ¿y el pueblo de Dios, dónde está? Mi corazón está lleno de ira. ¿A quién puedo llamar si nadie me responde? ¿A quién advertiré si el mundo me ignora? Tienen tapados sus oídos y no pueden comprenderme. Les ofenden las enseñanzas que dejó el buen pastor; ya nadie se complace con su palabra. Desde el más pequeño hasta el más grande, todos codician ganancias injustas, todos practican el engaño. Curan superficialmente la herida de un pueblo que se desangra lentamente, mientras desean la paz bien sabiendo que esta no existe. Ya nadie se avergüenza de nada; ni siquiera saben su significado. Isaías 5:8 ¡Ay de aquellos que acaparan casa tras casa y se apropian de campo tras campo, hasta que no queda lugar para nadie y terminan viviendo solos en la tierra!